A pesar de todo, Rubén no estaba sólo. Se encontraba acompañado de un par de gatos y casi 50 cerdos al fondo del inmueble. En un espacio de acaso veinte metros cuadrados, había 7 marranos gigantescos y otros 40 pequeños; además, se distraía por las personas que llegaban a comprarle aguacates y zapallos. No se da cuenta que su cotidianidad y la de sus vecinos determina más que un par de tiendas de barrio.
POR MAYELI ESPINOSA
Al llegar a mi casa muriendo de hambre, desenvuelvo el papel aluminio directamente en el comedor. La carne ya está cortada en pedazos y sabe delicioso. La arepa es de tela sin sal, la propia arepa paisa, y lo mejor es que sigue caliente.
Este desayuno inusual fue un detalle de Rubén Noreña, mi primo, cuando fui esta madrugada a visitarlo en su trabajo. Faltaba poco más de un cuarto de hora para que fueran las seis de la mañana cuando bajaba del taxi en la Carrera 30 # 19 -49. Llegue tardísimo, aunque el cielo empezaba a aclarar ya todo estaba agitado.
Voy a paso lento tratando de procesar el espectáculo debajo del puente, un caño henchido de basura, desechos orgánicos y algunos afirman que ahí tiran hasta muertos, que han de quedar como uvas pasas por la carencia de agua que es lo único imperceptible. Para mi sorpresa, el olor no es tan sofocante como lo esperaba; huele a descomposición, sí, pero es soportable, inclusive después de unos minutos cualquiera se acostumbraría. Después de varios años habrá quien empiece a extrañarlo.
Es una gran empresa, la Galería Santa Elena, y debe serlo para poder ostentar el título como principal mercado público de Cali y el Valle del Cauca y por ende, uno de los primeros en Colombia. Una empresa sin dueño pero con lógica interna, como todo, voy pensando a medida que camino por los estrechos pasillos entre los andenes atiborrados de puestos con frutas o ventas de comida frita. Chunchulo, arepas con carne (como la de mi desayuno), dedos de queso, empanadas, etc. Y yo cargada de mis ínfulas esnobistas, siento rechazo y miedo, evitando mirar a la gente a los ojos porque temo que ellos también me rechacen.
Pero no. No es un lugar hostil. Se hace más hostil cuando pasas dentro de un carro andando a un kilometro por hora gracias al trancón que genera el trajín de carretillas. Ahora sin el temor que me rayen nada, camino con sencillez como si dentro de mi inconsciente reconociera un ambiente propio, ya me vienen los recuerdos de la infancia haciendo las compras en la Galería Alameda (otra más pequeña, también en el sur), como si definitivamente aceptará que yo también consumo estos productos y dependo de todas las personas al alrededor.
Es que la galería es un caos, que se potencia en lo caótico para los que simulan indiferencia, no obstante, nos afecta a todos. Es uno de los órganos más importantes de la ciudad. ¿De dónde creen que salen los aguacates verde fresco que venden las negras en los semáforos? ¿De dónde creen ustedes que se surte el tendero de su barrio? ¡Y lo hacen todos los días! Estos dos sujetos son los mejores compradores según mi primo “aunque hay que tener cuidado con las negras porque si uno se descuida ¡Zaz!” observan lo mejor en cada negocio por lo que compran en pequeñas cantidades con alta calidad, hacen el papel de selección por nosotros y nos lo llevan hasta el carro. Qué lindas.
Yo le garantizo al lector, que si es caleño se ha comido alguna vez en su vida algo que pasó por aquí. Hasta puede que lo haya hecho en uno de los tantos moteles y residencias del sector. Los lugares más elegantes se encuentran un poco alejados del edificio central de la Galería, allí se hospedan los camioneros que llegan cansados y solitarios a pagar 15mil pesos por noche. Los más básicos –que no son tan básicos pues vienen con televisión por cable y agua caliente – cuestan entre seis mil y ocho mil pesos el rato, y son frecuentados generalmente por trabajadores del lugar y sus acompañantes esporádicas.
Bueno, la verdad quería evitar decir “puta” una vez más en mis crónicas. Pero es que en todas partes hay. En los pueblos, en las ciudades, en el Oeste y en el Oriente. Caras y baratas. Precisamente en el límite oriental de Santa Elena se encuentran varios burdeles en medio de las bodegas y graneros. Resalto este detalle porque una de mis prevenciones antes de venir me las generó un video en internet[i] que hablaba solo de prostíbulos y venta de drogas, ¿por qué se empeñan en desmeritar una sociedad precaria? Mi primo me explica que quien quiere hacer malas críticas las hace e ignoran las cosas buenas. Al fin y al cabo él ha trabajado más de 20 años en la bodega de su familia y lleva una vida digna dedicada a su negocio. Aclara que algunos de los carretilleros si suelen consumir alucinógenos, y que hay trabajadores que les gusta pagan por cariño, sin embargo, aquello no es el motor de la gran organización que es Santa Elena.
Me perdí mientras buscaba el local de los Noreña, de hecho fue Rubén quien me encontró a mí. Se encontraba en medio de una calle perpendicular a la construcción mayor. Allí trabaja con su padre y otro primo mío, Ricardo Noreña, que había viajado en la finca que tienen en Cartago. Aún así no estaba solo, Rubén se encontraba acompañado de un par de gatos y casi 50 cerdos al fondo del inmueble. En un espacio de acaso de veinte metros cuadrados, había 7 marranos gigantescos y otros 40 pequeños. Además, se distraía por las personas que llegaban a comprarle o simplemente a saludarlo como “el mono” o “toño”, confundiéndolo con su papa.
Como él existe miles de personas que han dedicado su vida entera a construir este imperio, a alimentar a la ciudad, a ver la vida pasar ante sus ojos con un vallenato de fondo a todo volumen que se reproduce en un negocio aledaño, lleva casi la mitad de jornada laboral y eso que ni siquiera son las siete de la mañana. Él empieza a las 3:00am su trabajo. Muchos otros desde la media noche cuando empiezan a llegar los camiones con cargas de municipios lejanos. Por eso tiene un dormitorio en el fondo, en su segundo hogar, y duerme con una ventana con vista (olfato y oído) a los cerdos.
Sucedió algo extraño en medio de mi observación. Entro un señor con chaleco de DAS al negocio y nos repartió unos volantes diciendo “entérese, que si tiene algún problemita ya sabe”. Mi primo me explico que hace unos años había mayor inseguridad y muchos robos, entonces los grandes mayoristas empezaron a tomar sus propias medidas con seguridad privada, en palabras de Rubén “unos matones que ayudaron al principio pero que empeoraron las cosas después”. Ahora el estado parece estar interesado en involucrarse promoviendo las denuncias: “no falta el que llame”.
Por más intentos fallidos, es difícil establecer una formalidad dentro de un desorden ordenado que ocurre acá. Las veces lo arreglan, las veces no. De nuevo me lo resumen en pocas palabras “a cada rato dicen quesque esto se va a acabar y la gente se asusta” lo cual parece ser la única manera de presionar a las personas a rendir cuentas, ¿cuentas de qué? Resulta despiadado aferrarse al temor de individuos que saben lo que tienen hoy pero no qué resultará mañana, finalmente es un mercado de rebusque pero fundamental para la ciudad entera.
Se siente en el ambiente una tradición campesina, el antiguo comercio que marca el presente. Aquí ocurre la integración del departamento, incluso con el país entero. Vienen camiones de Bucaramanga y de Ibagué todos los días. Se ven personas que han vivido todos sus recuerdos cargando bultos del suelo al camión. Éste jamás será un trabajo fácil ni bien remunerado, tampoco garantizará la integridad física de quien lo ejecuta. Es rebusque, sin embargo, me estoy refiriendo a la principal fuente laboral de esta máquina y el primer escalón de muchos que luego aspiran a conseguir algo propio ¿Hasta qué punto es viable industrializar una galería como Santa Elena, o acabarla como hicieron con la que hace mucho tiempo se ubicaba la zona del Calvario? ¿Qué pasaría con todos los que dependemos de ello, directa o indirectamente? ¿Los saberes de antaño, la fruta fresca, los agricultores? Hay mil preguntas. Santa Elena es al Valle tan importante como un pulmón a nuestro cuerpo.
No es agradable la imagen, es cierto, y se necesitan regulaciones y liderazgos inexistentes. Aquí reina el individualismo, envidias, malicias, todo traducido en inseguridades de personas que sienten que no tienen nada, incluso después de dos décadas entregándose completamente, tal vez sin darse cuenta que su labor abarca más que un par de tiendas de barrio.
Hizo un lindo día, no llovió pero sí se prevé un calor caleño. Cuando llueve, me cuenta mi primo, casi no hay movimiento porque a la gente le da pereza venir a mercar, los carretilleros les da pereza cargar los bultos entre el lodo que tapiza el suelo con desperdicios orgánicos, además, me indica dónde tomar un bus y salgo lentamente queriendo retenerlo todo. Bajo un puesto de madera abundan las vainas vacías de arvejas, en otro pedazos de zapallo, en otro hay cascaras vacías de frutas que no reconozco. Pienso que no vi ni una sola rata. Con mi desayuno dentro de una bolsa de plástico azul, observo por última vez mientras me alejo del murmullo.
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Añadir ComentarioChe, buen post, posta, me voy a dar una vuelta a ver uqe m�s encuentro. Saludos
Me parece un articulo muy interesante... de hecho la lectura me resulto relajante y el relato me transporto al mercado en seguida!!
The MasTer GNOMe!!!
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