lunes, 22 de noviembre de 2010

“Si no estoy escribiendo, no funciono en la vida”

Lector empedernido. Cronista avezado. Jovencito introvertido. Estudiante del promedio. Cualquiera de estos caminos puede ser sendero para entrometerse en la vida del cronista caleño Santiago Cruz Hoyos. Ya ganó un premio Simón Bolívar, un premio Colprensa y un premio de periodismo Rodrigo Lloreda. La joven pluma de Santiago forma parte ya del Olimpo de los grandes narradores de Colombia. Así él por la modestia no lo quiera aceptar.

Por Luis Eduardo Bustamante

Reportero de Sala de Periodismo







Santiago, ¿qué significa para ti ser un periodista tan joven, laureado y respetado?

Digamos que significa tranquilidad para mí. Los premios son alegría y te motivan. Ya de ahí creerse el “putas”, no. Los premios son la confirmación del destino de que el camino que escogí es acertado, que elegí bien para mi vida contar historias. Alberto Salcedo Ramos es un cronista que un día dijo que cuando se ganaba un premio (porque él se ha ganado mil) el café le sabía más dulce y la sonrisa se le hacía más grande por un día. Pero de ahí no pasaba. Simplemente es una alegría transitoria que pasa. Igual, recibís el premio y el lunes tenés que estar en el trabajo.

La primera vez que vi a Santiago Cruz fue el año pasado en una charla que vino a darnos a unos estudiantes de Prensa Escrita de mi universidad sobre crónica periodística. Yo antes había leído entrevistas, crónicas y perfiles escritos por él en la revista Gaceta que no soltaba hasta llegar al punto final.

Un buen amigo me dio la noticia. Me dijo “ve, va a venir hoy en la tarde un mancito de Gaceta a darnos una charla sobre crónica periodística. Un tal Santiago Cruz. Vení que a vos te gusta eso”.  Por fin conocería, me dije, al famoso Santiago Cruz. Me hice en la mente la imagen de un señor viejo y digno, con una espesa barba canosa, mirada adusta y boina de poeta.

Me hice en primera fila esperando a que la venerable figura de escritor y periodista veterano que me imaginaba cruzara el umbral. Pero no. Un joven alto, gordito, medio tímido, de cabello corto y bien peinado, se paró y puso un pupitre delante de nosotros. Dijo llamarse Santiago Cruz y comenzó a preguntarnos qué significaba la palabra “crónica” para nosotros.

Ahora estoy acá, temprano y con varios minutos a mi favor, sentado en el asfalto, teniendo de espalda  la portería del periódico El País. Un portero me mira medio raro y le hace señas a su compañero.  “Ah, no, es que el joven tiene una entrevista con el periodista Santiago Cruz que todavía no ha llegado”, le responde el otro portero.

Yo me hago el desentendido. Tengo en mis manos “Noche sin fortuna” de Andrés Caicedo que leo y leo sin parpadear. La prosa de este jovencísimo escritor caleño que hizo estallar su cabeza con 60 pastillas de Seconal para nunca más volver a pensar, la descubrí gracias a una hermosa crónica de Santiago en la que se atrevió mediante una carta a recriminarle su juvenil afán de matarse a los 25 años.

Pero yo antes ya había venido a buscar a Santiago a su trabajo. El día en que vino a la universidad a darnos la charla sobre crónica periodística, la sesión se concluyó leyendo en voz alta y a turnos la crónica suya (que le valió meses después el premio Simón Bolívar) sobre el aniversario de la muerte del escritor Andrés Caicedo titulada “Ya no hay flores en la tumba de Andrés”.

Todos al terminar aplaudimos de manera sincera al joven y talentoso invitado y éste dejó escrito en el tablero su correo electrónico y su celular. Nos dijo que le mandáramos nuestras crónicas, que él nos ayudaba a publicarlas en algún lado, que contáramos con un amigo allá afuera.

A la media hora de terminada la charla ya estaba frente a la pantalla del computador enviándole dos de mis crónicas y la súplica de que me ayudara a publicar como sea en donde fuera.

A la semana la respuesta de Santiago fue que sí, que había leído mis textos y que había la posibilidad de que pudiera escribir en algún lado. Que fuera a buscarlo a su trabajo. Y desde ahí intercambiamos correos. Cada vez que puedo le mando ansioso escritos míos que él lee con juicio de profesor y me los devuelve con justas observaciones.

Hoy lo tengo de nuevo al frente. Con esa sencillez y esa calidez y esa admiración que me inspira cuando le hablo que me hace sentir que él pasó por lo que yo estoy pasando y hoy es un grande del periodismo colombiano. En su lugar favorito del trabajo: la hemeroteca del periódico El País. Un lugar solitario, silencioso y laberíntico lleno de libros y periódicos antiguos organizados en grandes anaqueles. A Santiago le gusta este lugar, pensé, porque se parece a él: intrigante, solitario y silencioso.

Decíme, ¿Cómo hacés para hablar con los muertos en tus crónicas?, me refiero a cómo fue que hiciste para escribirle cartas al escritor caleño Andrés Caicedo y al futbolista Albeiro “el Palomo” Usuriaga.

Yo no hablo con los muertos. Yo les hablo a ellos. Investigo mucho su vida para enterarme quiénes eran. Trato de meterme en su psiquis para saber cómo eran, cómo pensaban. Entonces hablo con mucha gente que los conoció. Leo mucho sobre ellos. Voy a sus aposentos íntimos a donde estuvieron. A sus casas. A su lugar de trabajo. Es como empaparse mucho del personaje.

Por ejemplo, yo no sabía que al “Palomo” le daba miedo dormir solo y dormía con la mamá. Eso me lo contó su hermana. O que nunca quiso salir del barrio a pesar de que ganaba millones. Le gustaba mucho su barrio y de ahí no salía. Entonces, todos esos detalles te los va dando la reportería.

Básicamente la clave para un texto de esos es muchísima reportería. Leer mucho de los personajes. Entrevistar mucha gente. Kapuscinsky decía que por una página escrita había que leer cien. Es un poquito exagerado pero es así. La clave de todo texto es reportería. Ser un experto en lo que uno está hablando, o intentar serlo.

Después de escribir esas crónicas, ¿los muertos te asustaron?

No, nunca. Me soñé fue con Jovita. Estaba haciendo un trabajo de ella. El día en que yo terminé de escribir ese texto me soñé con ella, la vi en el sueño en la calle como era ella, no sé, tal vez eso pasó porque yo me meto mucho en los textos y termino de escribir muy tarde en la noche y quedo como obsesionado con eso. Esa ha sido la única vez. De resto, nada.

¿Tardaste mucho en encontrar ese estilo que te identifica?

Yo no sé si lo he encontrado aún. El que quiera ser cronista debe tener mucha paciencia. Porque el estilo es leer mucho. El estilo es escribir mucho. Y tarda en llegar. Al principio uno imita a la gente que uno admira. No sé si yo, inconscientemente, imitaba a Gonzalo Arango, a Juan José Hoyos, gente que uno dice ´uppss´, grandes.

Ya después uno empieza a meter su voz en los textos, pero eso es un trabajo de mucho tiempo, de mucho ensayo y error, escribir y equivocarse, que el texto te salga una mierda pero bueno, no importa porque se está aprendiendo. Entonces yo no sé si lo he encontrado de verdad. Yo creo que todavía falta mucho. Tengo 27 años. Alberto Salcedo dice que el estilo llega después de los 30. Todavía falta mucho camino.

¿Cuándo sabés que una historia está lista para ser publicada?

Yo la leo en voz alta. Jon Lee Anderson dice que uno debe leer la historia en voz alta y debe sonar tan bien como una canción. Entonces cuando la leo en voz alta y digo, bueno, ya está, la mando. Digamos que el mismo texto te grita y te dice “¡falta algo!”. Aquí funciona mucho la intuición. Uno revisa las fuentes, uno tiene un mapa previo y hace un esquemita, y ahí incluye qué datos van a ir en la crónica, qué es lo que quiere decir, entonces yo reviso ese mapita, que no se me haya escapado nada y después la leo y si siento que ya está lista, la mando. Es más de intuición y revisar que todo lo que vos querás contar lo tengás ahí. Que vos sintás que no te faltó decir nada.

¿Cuál es la historia que anhelás escribir?

Yo quiero hacer un gran perfil de Jairo Varela, el compositor del grupo Niche. El grupo Niche es conocido en todo el mundo. Jairo Varela es conocido en todo el mundo. Y aquí no le hemos hecho la gran historia a él. Algo así como lo que hizo Alberto Salcedo Ramos con Diomedez Díaz, que se dedicó a buscarlo cuatro años, e hizo un gran perfil en SoHo que salió hace dos meses. Quiero contar la historia de Jairo Varela, pero en profundidad.

Y también quiero hacer la crónica de la banda que mató al “Palomo”. Es un texto que empecé a hacer y que por cosas del oficio, del día a día, no lo he terminado.

Lo dejás en punta en tu crónica epistolar de “el Palomo”

Lo dejo en punta y está ahí. Entonces es un trabajo largo porque hay que ir a la Fiscalía, buscar los permisos para entrar a la cárcel, hablar con la banda, es un trabajo largo y se necesita por lo menos un año de reportería.

¿Cuál es tu secreto para hacer de una historia un relato palpitante?

Yo creo que no hay secretos. Lo único es escribir la historia con pasión y con una voz propia. Un texto escrito con pasión se siente. El lector lo siente. A veces a uno le encargan temas que son aburridos. Y ahí es cuando intento buscarle el lado para divertirme. Si no, bueno, toca sacarlo como sea. Antonio Caballero dice que escribir así es como orinar sin ganas. Es un esfuerzo muy fuerte. Pero la clave es la pasión. Obsesionarse con las cosas. Sólo descansar y estar tranquilo hasta que la historia ya esté escrita en un papel. Si un texto está escrito con pasión, muy seguramente le llegará a la gente. Ése es el secreto.

Santiago se encontró con el periodismo por culpa de su irremediable pasión por el fútbol. Era de los que no fallaba un domingo en el estadio para ver al América de Cali, equipo del que es acérrimo hincha. En su casa lo molestaban diciéndole “vigilante de cuadra” porque se la pasaba almorzando con un radio al lado escuchando el Corrillo de Mao.

Pensó que el periodismo lo ayudaría a acercarse al fútbol, pero en tercer semestre comenzó a ver Prensa Escrita, una asignatura de la carrera de Comunicación Social. Descubrió las crónicas de Juan José Hoyos, de Gabo, de Tom Wolfe, de Gonzalo Arango, y muchos otros grandes.

Justamente, leyendo la crónica “Los muertos fuimos cinco” del cronista antioqueño Juan José Hoyos, fue que decidió que lo quería para su vida era eso, contar historias reales. A las demás materias no les prestaba tanto amor.  Sólo lo suficiente como para no perder.

¿De novato sobre qué escribías?

Escribía mucho de la calle. Me iba a la Plaza de Caicedo a ver qué persona interesante me encontraba. O me iba al barrio Obrero que es un barrio de zapateros. Y hacía una crónica de un zapatero. Siempre sentía la necesidad de escribir. No para el parcial. Si yo no estaba haciendo una historia me sentía mal, me intranquilizaba, entonces siempre buscaba cosas, así no fuera la gran historia. O buscaba gente que yo admiraba para entrevistarla. Entonces, si podía hablar con Alberto Salcedo Ramos, pues hacía una crónica de él. O con Juan José Hoyos. Siempre busqué escribir cosas que estuvieran a mi alcance. Yo creo que un buen síntoma de alguien que quiere escribir una historia es que sienta esa necesidad de escribirla. Que sea una necesidad del alma de estar contando algo. Que si no estás escribiendo algo, no funcionás en la vida. Yo buscaba eso.

Digámoslo sin eufemismos: Santiago Cruz fue en sus comienzos un completo regalado. Porque consideraba firmemente que mientras estaba en la universidad había que ganar experiencia. Comenzó en tercer semestre haciendo notas frías para el noticiero CBN de Telepacífico. En vacaciones trabajaba gratis en el noticiero 90 Minutos donde hacía notas de más coyuntura. Hasta que lo cansó la televisión.

De ahí hizo un periódico que se llamó “Microempresa al Día” del Banco de la Mujer. Aquí ganó su primer salario: $250.000 que se repartían entre cuatro amigos. Pero, como él dice, el afán no era de plata. Sino de publicar.

Escribió en Cali  para los diarios comunitarios  “El Periódico del Sur” y  para el “Periódico del Norte”, y de ahí hizo su práctica profesional en la revista Ébano Latinoamérica. Hasta que llegó a la estación más dura de su carrera: la parte organizacional, con la que nunca pudo dar pie con bola.

“Cuando salí de Ébano, me fui a trabajar a una agencia de comunicaciones que se llama “Posicionamos”.  Duré dos o tres meses porque me aburrí, no era el trabajo para mí. Sentía que no estaba en lo mío. Renuncié. Y me dediqué a publicar historias y algunas me las pagaban”, cuenta Santiago.

En esta época de free-lance publicó historias en la página web de la revista Semana. Hizo una revista de cocina. Publicó también, gratuitamente, en el periódico El País de Cali. Y fue así, publicando, que se dio a conocer. Hasta que le llegó la oportunidad para entrar a la revista Gaceta, también del periódico El País.

“Y entonces fui, hablé con la editora Catalina Villa, y me pidió dos temas, me acuerdo que hice un tema de Guillermo Arriaga, el de Babel y Amores Perros. Yo estaba en Bogotá buscando trabajo, regando hojas de vida, y estaba, creo, en la Feria del Libro. Yo fui, lo entrevisté y la mandé acá. Y les gustó. Después de ahí me llamaron a Gaceta y acá estoy”, dice Santiago.

Hablando de literatura, ¿qué libros te han marcado?



El libro de “El Padrino”, del que se inspiró la película, es muy bueno. Es mejor que la película. No lo podés soltar. “Crimen y Castigo” de Dostoievsky, brutal ese libro. Clásicos de Gabo, me gusta “Cien años de soledad”, “El amor en los tiempos del Cólera”, que creo que también es muy bueno, “Vivir para contarla”, la autobiografía de Gabo, la he leído mucho a pesar de que hay gente que no le gusta. “Vivir para contarla” me apasiona mucho porque García Márquez habla mucho de su vida como periodista.

En tu crónica de Andrés Caicedo, hay una pequeña escena de una señora que te pregunta cuál es el mejor libro de la historia y vos le respondés que es “Las mil y una noches”…

Yo digo que es uno de los más grandes libros porque ahí está el secreto de narrar. Scherezada se salva de la muerte porque siempre deja en suspenso al califa. Y siempre lo deja como que, ¡uy!, qué va a pasar después. Entonces cada noche le cuenta una cosa distinta y lo deja ahí como en puntos suspensivos. Manejar ese suspenso, esas técnicas de narrar, para mí es muy importante y por eso digo que es el mejor libro de la historia.

Y después continuamos hablando de experiencias extremas y de una  crónica que tengo planeada hacer prontamente. Me dijo lo que pensaba del tema y me dio un nuevo enfoque que no había sospechado. “Bueno monstruo, estamos hablando”, me despide Santiago a la salida del periódico mientras nos damos un leve abrazo.  Rememoro, yendo camino a la universidad, una de sus respuestas. Respuesta que tendré en cuenta de ahora en adelante para ser algún día tan excelente cronista como él.

Santiago, teniendo apenas 27 años, y con todos tus reconocimientos, ¿qué sientes que fue indispensable para llegar a ser quien sos?

Yo creo que leer. Ese es un consejo que yo les daría a los estudiantes. Leer muchísimo en la universidad. El que quiera escribir historias, que lea a Juan José Hoyos, que lea a Truman Capote, que lea a Jon Lee Anderson, que lea a Tom Wolfe, que lea a Germán Santamaría, que lea a Gonzalo Arango, y eso no es tan costoso. Leer es importantísimo. Eso te forma, te da una voz, te da un estilo. Reunir esas voces más la tuya te da un tono. Te da experiencia para abordar un texto. Te da técnicas para narrar. La lectura, creo yo, es clave para el que quiera contar historias.

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  1. AMPARO SOTO DE CRUZ dijo... 23 de noviembre de 2010, 2:15

    ES UNA ENTREVISTRA FABULOSA . EN HORA BUENA SANTIAGO

  2. Mario Cruz dijo... 23 de noviembre de 2010, 4:06

    Una muy buena nota Luis Eduardo.

    Santiago, que chevere se siente leer sobre vos, se le hincha a uno el pecho de orgullo y de alegría. Que los éxitos te sigan endulzando el cafe mientras haces lo que te apasiona, ese es el mejor trabajo del mundo!

  3. Lili dijo... 23 de noviembre de 2010, 15:18

    Ese es mi Santi!!
    Me da mucho orgullo leer cosas así de mis amigos, de los que se lo merecen porque se la han ganado con esfuerzo y dedicación.
    Abrazo desde tierra Azteca.

    PD: Nada más para aclarar que el noticiero se llamaba CVN (Cauca-Valle-Nariño).

  4. Juan Jose dijo... 24 de noviembre de 2010, 0:57

    Buena, sobresale la pasión por escribir narrando, tanto el autor como el entrevistado son meras excusas para escribir: Narrar un sentimiento.

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